Autor: Aideé Granados
Crecí con este dicho: “Vive tu día, como si fuera el último de tu vida”. Me gustó. Lo puse en práctica muy seguido. Hasta que un día me topé cara a cara con la muerte, con La Calaca, con La Catrina.
Ese encuentro me aterró mucho. Recuerdo que tuve tortícolis por mucho tiempo. A mis 36 años, me habían diagnosticado un cáncer de mama, de los raros y en estado avanzado.
Toparme con La Catrina, fue desagradable para mí. ¡Más aún, cuando creía estar lejos de la mitad de mi vida! Mi abuelita vivía ya sus 96 años. ¿Cómo iba a existir la posibilidad de irme yo, antes que ella?
Toparme con La Catrina fue doblemente desagradable. Tenía una hija de dos años, con la que me veía creciendo y compartiendo momentos únicos.
Toparme con La Catrina, fue triplemente desagradable. Apenas cumplía cinco años de casada. Tenía tantos planes, tantos sueños que construir, al lado de mi esposo.
¡Podría seguir multiplicando lo desagradable! Humanamente hablando, toparme con La Catrina fue espantoso.
Un día, después de ver a mi oncólogo, decidí hacerme amiga de ella: verla a los ojos y no esconderme. Reírme un poco con ella. Conocerla y dejar que ese encuentro me enseñara cosas. Fue una decisión bien tomada.
Descubrí que no era tan mala, no era tan fea, no era tan desagradable. Encontrarme seguido con La Catrina, me ayudó a ser sensible, empática. A dar mucho más valor a las cosas simples y sencillas. Me enseñó a amar más intensamente, a aprovechar cada instante al máximo. Me enseñó algo, que me marcó para siempre: el sentido de la temporalidad.
Sin embargo, caí en un hoyo: me di cuenta que en mi deseo por vivir cada día, como si fuera el “último”, comenzaba a sentirme triste, desesperada:
Preparaba la celebración del cumpleaños de mi hija, como si fuera “el último” que me tocaría vivir. ¡Entonces en lugar de festejar cuatro años, parecía que llegaba a sus quince!
Viajaba a lugares y se me salían lágrimas, al pensar que, tal vez, no lo sabía con certeza, no volvería a estar ahí.
Me tomaba fotos y vídeos, pensando que probablemente serían necesarios, para que en un futuro comunicaran algo de mi.
Y puedo seguir con más eventos similares que relatar…
Me di cuenta de esto y, como es costumbre en mi, me rebelé. Me rebelé contra el dicho de “vive tu día como si fuera el último de tu vida”. Escuchar la frase me resultaba deprimente. En lo que yo quería pensar, era en mi vida con muchos días más. No en que vivía el último día de mi vida.
Me rebelé. A partir de ese día, comencé a vivir mis días con total sentido de la temporalidad. Con la alegría de ver ¡MILES DE DÍAS MÁS por venir!
Gracias a ver de cerca a la muerte, hoy vivo cada uno de mis días, cada uno de los segundos de mi vida, como si me faltaran muchos más. En cada uno de esos segundos, mi corazón late totalmente agradecido por el mejor regalo que tiene: ¡tiempo para disfrutar! Tiempo para disfrutar más, para compartir más, para crear más, para amar más, para vivir más y mejor.
La Catrina me guiñó el ojo y se fue sonriendo. Creo haber aprendido la lección.
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